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das Mystische 2.1

Tres postales de agosto

Tres postales de agosto UNO: EL CONFORT GLOBAL

El confort global –tanto en materia estética como en materia energética- forma parte del proceso de cosificación inminente que todos nosotros protagonizamos con gran alborozo. Existen varios ejemplos técnicos (el cuerpo del delito: la clave afilada y rabiosa), y diversas pruebas concluyentes. La muerte en la bañera, por ejemplo, buscó desesperadamente su ecosistema artificial a base de plantas carnívoras y geografías escapistas. Ante todo, se dijo, un no saberse ahí más allá de la biografía, un no estar nunca en el momento indicado, en el lugar preciso; todo por la borda gracias a un desprecio incondicional y cobarde, un desprecio de sí misma y un desprecio del tiempo. Pero la solución al enigma no procede de un sistema de circuitos en permanente actividad, de un viaje continuo a las modas repetidas de lo cotidiano y a las técnicas conformistas del rebaño: el confort global, como todo el mundo sabe, es contrario al germen del aburrimiento necesario, y a veces una máquina engrasada necesita reposo absoluto, inactividad absoluta. La comunidad terapéutica de los adultos debe ser al fin reconocida como una colectividad de solitarios; indigentes, desnudos y solitarios. Para poder volver al proceso (K.), rejuvenecida, y ser ella misma de nuevo deberá comportarse con celo, sin drogas ni polvos innecesarios, sin vasos comunicantes ni materias aditivas. Sólo allí donde el confort no existe, en los márgenes o en las esquinas monocolores, espera el nacimiento de una nueva criatura o la fundación de una esfera. Los hijos de la moda buscarán en los intersticios de la elegancia el entretenimiento vulgar de los tontos. ¡Lástima que los aún por venir carezcan todavía de voz definida! O quizás ya hablan, ¡quién sabe!, y somos nosotros los que, ocupados en cuestiones bizantinas, nos mostramos impasibles e incapaces.

DOS: UN MUNDO FELIZ

Al parecer, somos lo que rozamos y rozamos lo que somos. ¿Somos lo que rozamos y rozamos lo que somos? Veamos. Entre las habilidades conocidas de los seres humanos no se encuentra, lamentablemente, lo que podríamos denominar consumo privado de elementos de primera necesidad, de primeras materias primas, entendiendo por consumo privado, eso sí, el apropiarse de lo consumido únicamente para uso propio, para beneficio propio, dejando al margen la globalización de excedentes varios y herencias orgánicas. Los humanos, al igual que las vacas, compartimos con la naturaleza nuestra apasionada aventura gastronómica, esa suma de placer, necesidad y contingencia que figura sobrescrita en nuestros genes. Y es que hay algunas cosas que, puestos a hacerlas, las hacemos muy a conciencia; y ésta, sin lugar a dudas, es una de ellas. Lo que hacemos poblando tierras, aguas y horizontes es como un dibujo aproximado de nuestro destino: a nuestro alrededor todo se nutre de nuestra viva presencia, de nuestro espíritu de posibilidad, y el mundo mundial (que, como todo el mundo sabe, es mundo desde que el mundo es mundo) va adoptando poco a poco nuestro marcado e inconfundible aspecto; algo más contaminado, claro está, pero al fin y al cabo la imagen viva de la decadencia. 24 millones de recetas de Prozac, dispensadas sólo en el año 2001, no pueden estar equivocadas. Ahora que la Agencia Británica del Medio Ambiente, citada por el diario The Observer, ha reconocido que el consumo de este medicamento es tan elevado en el Reino Unido que está presente incluso en el agua de uso doméstico, podemos dormir mucho más tranquilos. Somos lo que rozamos, sí, pero también, gracias a nuestro esfuerzo, la naturaleza es lo que nosotros rozamos. Adicta ya a la "píldora de la felicidad" la Madre Naturaleza podrá atender, a partir de ahora, sus múltiples y divertidos ataques de depresión, obsesión compulsiva, bulimia o pánico. En un palabra, tranquilizada y feliz, como la gran mayoría de los pacientes británicos, podrá observarnos como a verdaderos aliados de la cadena alimenticia, estrechando los lazos artificiales de nuestra ya de por sí difícil convivencia. Con el tiempo, los terremotos, los volcanes y los tsunamis serán trivialidades de un pasado muy remoto. La felicidad será tan evidente que Huxley regresará para contarlo.

TRES: IMÁGENES

Aprendieron a vivir sin imágenes o con imágenes verdaderas como un atardecer escarlata o el movimiento nervioso de un insecto. El sentido del tiempo, a principios de un siglo XXI todavía rural y sencillo, se aprehendía pacientemente de la mano de los astros celestes, de los movimientos elementales de la tierra y de los animales. Si aquello era el aburrimiento, aquel detenerse sin dificultad ante las piedras, a la sombra de las tareas domésticas, el aburrimiento era tan lógico como la piel cuarteada o los juegos de los niños. La imagen de un amanecer anticipado por un presentador de conversación científica era algo que sólo habían presenciado aquellos con familia en la capital, en alguna visita a los hijos que tenían su vida establecida en Granada. La Sierra, desde hacía muchos años, impedía la llegada del Mesías con la normalidad deseada, y los pocos aparatos disponibles en el pueblo sólo emitían figuras camufladas bajo manchas blanquecinas; como si de una metáfora se tratase la pantalla se cubría con miles de puntos de nieve y los viejos del lugar se quejaban amargamente en inviernos infinitos como montañas heladas. El sonido, sin embargo, podía trabajar su sensibilidad desde la fuerza telúrica de la naturaleza, pero también desde las ondas radiofónicas, aquellas voces imaginarias e invisibles que llenaban el ambiente de catástrofes, hazañas deportivas y mentiras. No estaban al margen del mundo, pero no es lo mismo ver el mundo iluminado e hipnótico, el mundo real de las imágenes televisivas, que imaginar el mundo o construir un mundo con imágenes verdaderas. Las imágenes verdaderas acaban cansando; la realidad es hermosa como el filo de una navaja, pero produce cortes profundos que tardan en cerrarse toda una vida. La luz eléctrica no llegó al municipio hasta los años 70; la carretera de acceso no estuvo lista hasta 1990. Durante décadas se hicieron intentos para traer hasta Tocón, en las laderas de Sierra Nevada, el estilo del mundo, pero todas ellas habían fracasado. Ahora, por fin, la instalación de un reemisor fantástico, una inversión de 47.961 euros, y una línea eléctrica de 1.750 metros han hecho posible el milagro: 8 canales de televisión, 4 analógicos y 4 digitales. Los 60 habitantes del pueblo, muchos de ellos ancianos, se sientan delante de la caja mágica y notan que algo cambia definitivamente. Quizás la muerte estaba cerca, pero ahora ya no piensan en morirse. Algo se mueve ante sus ojos y empiezan a entender un mundo que antes se encontraba escondido. Algunos de ellos han visto por primera vez el amor, un asesinato terrible en las calles de Nueva York, el rostro infantil de un Presidente. También aquellos programas donde los invitados se sacan los ojos en directo mostrándolos desnudos, a la vista de todos. Ahora los viejos de Tocón ya no piensan en morirse. Han visto la luz divina y quieren disfrutar eternamente de la ceguera. Eso sí, ante las líneas inteligibles de la pantalla mágica, en el mundo de las imágenes reales, en otra dimensión desconocida.

5 comentarios

Enrique -

Pues a mí me gusta que andes por aquí, Laura, así que no te vayas del todo. Y no seas breve si no te apetece: agradezco infinito tus comentarios. Crecí leyendo a Boris Vian y tengo pendiente una relectura que nunca llega por falta de tiempo. La espuma de los días y La hierba roja. Incluso escuchando sus canciones: El desertor, imprescindible. La vida a la misma velocidad con la que Vian escribía. Inocencia, absenta y Jazz, con gotas exquisitas de novela negra. Escupiré sobre vuestras tumbas y Que se mueran los feos. ¿Alguien puede dibujar dos títulos más contundentes? Lo dicho, Laura, gracias por tus visitas. Ah! también tengo pendiente una visita más tranquila por tu blog. Me gustará comentar lo que escribes, así lo compartimos. Ya comencé a trabajar después de las vacaciones y ahora me falta tiempo. ¡Maldito tiempo!

Un abrazo.

Lau -

(Esto sólo es una nota, eh, ya no me miren de ese modo...: el cuento que menciono, que desde luego es mucho más impresionante y hermoso que mi tristísimo resumen de tres líneas, creo que puede conseguirse en red, pero en cualquier caso, por aquí perdido estoy segura que lo tengo en e-book, así es que si algún eventual lector de esto lo llegara a querer leer, pues me lo pide por correo que se lo envío, y ya -además, es un libro que de veras vale la pena, así que encantada, eh-. No sé, tal vez después debatimos por qué lo traje a colación, haciéndonos preguntas tales como si hay que amputarse algún sentido -y cuál (¿el de consumo?), metafóricamente hablando, claro- para vivir más feliz, y si la felicidad consiste en un regreso a los instintos más básicos, y así... :))

(¡Que ya me fui, yaaa, y ahora sí de veras, eh...! :P)

Lau -

Y, para terminar (¡ya, ya, lo prometo!... es que tengo una facilidad para meterme en berenjenales -¡y de cabeza, eh!- que voy a buscar ordenar algo antes de hablar la próxima vez... claro que el riesgo sería que entonces posiblemente jamás volviera a pronunciar palabra en la vida, a como voy... :D), pero bueno, quería decirle que me gusta mucho cómo cuenta las cosas usted, hombre (por lo demás, que qué lástima y que ays, aunque creo que nombrar es también seguir buscando abrir vías, así que esto mismo es en cierta forma un modo de resistencia, lo que me hace pensar que no todo está tan mal, eh :)). Eso, entonces.

Que hay que seguir.

(Yo, por caso, si después de esto nadie me interdice, prometo seguir viniendo, mire. Y si me interdicen, pues... ¡también, ea! ;))

Lau -

Pero ya, y aunque no tenga mucho que ver, quisiera contarle la pequeña disgresión que tuve al entrar: lo primero que leí, a golpe de vista y antes de leer el artículo, fue esa frase del final que dice 'quieren disfrutar eternamente la ceguera', e inmediatamente recordé un cuento que me encanta, de Boris Vian, en el que la población de un pueblo entero amanece un día en mitad de una neblina tan espesa que no se ven unos a otros, una neblina cálida que hace que empiecen a vivir desnudos, lo que lleva a que la población cambie por completo sus patrones de conducta, y comience simplemente a obedecer sus instintos más básicos, hasta que la neblina se dispersa y, ante la posibilidad de perder esa felicidad que imprevistamente se había instalado entre ellos, deciden arrancarse los ojos para poder permanecer así.

(Tuve que contestar en más de un mensaje porque esto parece tener límite de caracteres, y yo es que soy lo que se dice una confianzuda, que me lo tomo a todo o nada, como se ve... :D)

Lau -

Vaya, qué cosas tan tremendas. La imagen de los viejitos mirando en sus televisores la propia ceguera y ese 'ya no piensan en morirse', me han dejado abrumada, eh.
Será que soy de irme siempre más allá y me he puesto a pensar si no es que están ya muertos y no lo notan, si acaso sienten que así es el Paraíso y es eso lo que les ha llegado, o la anestesia, o qué cosa.

Que el hombre se pierde como individuo ante la invasión de la sociedad (zoociedad-suciedad, diría Mafalda, y siempre uso esa expresión porque es que me parece tan explicativa en sí misma que no puedo evitarlo) como ente autárquico, leviatanesco, parece un hecho innegable (también terrible). Qué claro es usted, hombre, en la elección de los ejemplos: son perfectamente representativos del proceso, eh.

A mí me ilusiona pensar que hay aún resquicios en toda esa trama por los que filtrarse. (Me ilusiona o necesito imperiosamente, lo mismo da en este contexto: si no pienso así, me siento aniquilada, así es que bueno, es casi una cuestión de que no me queda más remedio.) Este mensaje me parece tan lleno de elementos que me ha traído muchas ideas a la cabeza, tal vez si luego las ordeno logre decir algo un poco coherente (es lo malo que tiene este blog, caramba, ¡con lo que me hace pensar, no acierto a meter cuchara en ningún sitio, eh! :)).